La Isla de Ramree fue
escenario de la mayor masacre de la historia cometida por el mundo animal. En
febrero de 1945 una guarnición japonesa decidió atravesar los manglares de la
zona antes que rendirse a los británicos. Los cocodrilos ocultos en los
pantanos se dieron un festín a su costa.
Isla de Ramree, costa de Birmania, 19 de febrero de 1945.
Tras una batalla que había durado un mes, las tropas británicas habían vencido en
el sur de la isla a una guarnición japonesa. El estricto código de honor de los
orientales, herencia de su pasado samurái, les impedía rendirse tal y como les
exigían sus contrincantes. Los francotiradores británicos estaban alerta y
disparaban a cualquier japonés que estuviese a tiro. Sin otra alternativa, los
1.000 supervivientes de la guarnición decidieron adentrarse en los pantanos de
la isla para tratar de superar los 16 kilómetros que les separaban de otro
batallón japonés establecido en la isla. El miedo se reflejaba en sus caras. El
húmedo clima subtropical les hacía sudar abundantemente. Con los uniformes
pegados al cuerpo se hundieron en el barro hasta la cintura y comenzaron a caminar
pesadamente.
Este macabro panorama, digno de cualquier novela de terror,
ocurrió realmente el 19 de febrero de 1945, durante la II Guerra Mundial. La
mayor parte de bajas de la batalla no las provocaron los rifles británicos. El
ejecutor fue el mundo animal. La isla de Ramree se encuentra plagada de bestias
voraces, escorpiones, mosquitos…de las que el rey es el cocodrilo.
Concretamente, en la zona habitan los cocodrilos de agua salada, verdaderos
monstruos que pueden llegar a medir más de 8 metros de largo.
Los japoneses se adentraron en el pantano intentando no
perder la formación, mientras los ruidos del manglar componían la sinfonía del
poder destructivo de la naturaleza en su máxima expresión. Los desdichados
soldados asiáticos comenzaron a oír ruidos extraños. De repente un grito
desgarrador que les hiela la respiración corta el aire. La carnicería ha
empezado. Extrañados, los británicos escuchan los sonidos característicos de
una batalla. Las balas, el cargador de los fusiles de asalto, los gritos de los
caídos. Los japoneses avanzan a tientas, sabedores de que algo les amenaza pero
sin saber exactamente qué. Comienzan a ver caer a sus compañeros más próximos,
engullidos hacia el agua por un repentino rugido.
Las balas no protegieron al hombre del hambre de los
cocodrilos, que se dieron un auténtico festín a costa de los restos de la
guarnición del emperador Hiro Hito. Los más afortunados, las dataciones optimistas
los cifran en 500, las más pesimistas en 20, lograron sobrevivir, atravesar el
pantano y rendirse al enemigo. El recuerdo les perseguiría toda su vida como
una pesada losa de la que no podrían librarse hasta el momento de su
fallecimiento. La masacre de la Isla de Ramree está hoy considerada en el Libro
Guiness de los Records como la mayor matanza provocada por el mundo animal.
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