El ser humano siempre ha mirado hacia la naturaleza con
nostalgia. Es por eso que muchos pueblos adoptaron animales para representar su
carácter o su pasado.
Aunque racional, o, al menos, eso dicen, el ser humano no
deja de ser animal. En las mentes de los primeros hombres aún se manifestaba de
forma clara la nostalgia por el paraíso perdido, la naturaleza. Por ese motivo,
los gobernantes escogieron a las criaturas más bellas, o que mejor simbolizasen
el carácter de su reino, para estamparlas en sus estandartes y enseñas. Estos
son algunos de ellos:
La loba capitolina: Cuenta la leyenda que el dios Marte se
enamoró de una bella sacerdotisa, Rea Silvia. Tras yacer con ella, la muchacha quedó encinta. No
era cualquier joven, era la hija del desposeído rey de Alba Longa, Numitor.
Toda su familia había sido asesinada salvo ella. Para que sus hijos no
corriesen la misma suerte, les metió en una cesta y les echó al río. No, no es
un plagio de cierta historia de la Biblia. El caso es que Marte, como buen
padre, se apiadó de sus vástagos y ordenó a una loba que les amamantase,
permitiéndoles sobrevivir y fundar Roma. El animal se convirtió en el símbolo
nacional romano, aunque en pugna con el águila, y su efigie se acuñó en medallones o monedas
Águila, de Egipto al fascismo: El águila es, con mucho, el
animal más representado a lo largo de toda la historia de la humanidad. Muchos
han querido copiar a Roma, sin saber que Roma solo hubo una. Y, sin embargo, el
ave no fue un símbolo de origen romano. Sus primeros usos están localizados en
el Antiguo Egipto, como representación del dios Horus, el dios solar. Los
romanos debieron pensar que ya que les habían plagiado los dioses a los
griegos, que importaría que les quitasen el águila a Horus. Decidieron
implantarlo para uso militar, sería el símbolo de las legiones. Con la caída de
Roma, en Europa hubo tortas para ver quién podía considerarse su sucesor. El
Sacro Imperio adoptó el águila, que, posteriormente, Carlos I modificó
haciéndola bicéfala. En el siglo XX algunos regímenes de corte fascista
volvieron a coger el ave para tratar de establecer una vinculación con Roma.
El dragón de China: En nuestras occidentales mentes, siempre
se identifica la figura del dragón estilizado, en forma serpenteada, con China.
El dragón bruto que escupe fuego lo reservamos para Europa. ¿Qué tiene que ver
China con los dragones? Nuevamente hay que hacer un esfuerzo imaginativo, y
retrotraernos a una leyenda muy remota. Antiguamente, el país asiático no
estaba unificado, si no que estaba fragmentado entre diversas tribus enfrentadas
entre sí. Uno de estos caudillos, Huang Di, se enfrentó a los otros pueblos
invocando la ayuda de un dragón. Gracias a tan estimable aliado, Huang Di logró
unificar los extensos dominios chinos. Años después de su muerte, se le empezó
a representar como un dragón en forma de serpiente. Los emperadores, como
sucesores de Huang Di, adoptaron el dragón en sus símbolos. Así fue hasta 1912,
cuando se proclamó la república. Las autoridades chinas decidieron que el
dragón era demasiado violento y adoptaron un animal más simpático, el panda
gigante. Sin embargo, al igual que a los romanos, a los chinos les salieron
imitadores ¿Curioso, no? Actualmente Buthan exhibe con orgullo un dragón en su
bandera.
Castilla y ¿León?: Es una de esas dudas metafísicas que siempre vienen a la mente. Si no hay leones en León… ¿Por qué se llama así? Como casi todo, esto también se lo debemos a los romanos. Cuando sus ejércitos fueron destinados a Hispania necesitaban sitios donde estar seguros. Y no se fiaban de los hispanos. Por ello edificaron campamentos, que posteriormente evolucionaron hacia auténticas ciudades. Uno de ellos fue edificado cerca del Bierzo, en una posición cercana a las tierras cántabras. Se le dio el nombre de Legio. La ciudad mantuvo el nombre varios siglos, hasta que cayó Roma. Los hispanorromanos no hablaban precisamente el latín de Virgilio, así que comenzó a corromperse. Fue el origen de las lenguas romances. Y Legio dio lugar a León. A los reyes leoneses les gustó tanto que adoptaron el animal como símbolo, el de León fue uno de los primeros estandartes medievales.
El gallo de los galos: Este es el caso contrario al
anterior. Es un juego de palabras que a nosotros se nos escapa, pero que hacía
las delicias de Virgilio, Horacio, y todos los romanos que se esforzaban en
cultivar su lengua. Suetonio nos dice en su obra Los doce césares, que la
palabra gallus servía a la vez para designar al ave de corral y al pueblo de
los galos. Y como esa obra sobrevivió, el mito pervivió a la dura prueba de la
Edad Media. Los enemigos de los franceses, conocedores de la bromita, empezaron
a llamarles gallos y a afirmar que eran igual de orgullosos que el ave. Los
franceses, muy dignos ellos, lo tomaron como un halago. Junto a las estatuas de
sus reyes empezaron a aparecer representados los gallos. Tras la Revolución
Francesa, el pueblo vio en el animal un símbolo magnífico para desterrar por
fin el otro gran icono de la monarquía borbónica, la flor de lis. Y desde
entonces el gallo es el animal oficioso de los franceses.
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